
Los «globalistas occidentales» predicen una fuerte concentración del poder internacional, toda vez que los procesos de globalización han demostrado que la soberanía de los Estados nacionales está desfasada. Por el contrario, la posición antiglobalista sostiene que concentrar el poder político en manos de las actuales instituciones supranacionales equivale a concentrarlo en las superpotencias, tanto las ya existentes como las que se están formando, oponiéndose a las teorías que en nombre de la economía internacional proponen una «desregulación política global» y, en su aspecto positivo, «muestra una pasión intelectual por la diversidad y complejidad de las diferentes culturas pues supone un amplio reconocimiento de los distintos sujetos internacionales.
Este modelo, con el que Zolo congenia, apuesta por revalorizar las identidades étnico-nacionales en nombre del pluralismo, de la complejidad y de la diferenciación cultural, concebidos no como obstáculos al progreso de la racionalidad política, sino como un patrimonio antropológico evolutivamente precioso.
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